"…vendré otra vez, y os
tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis (Juan 14:3)"
Una mañana me
estaba preparando para ir a trabajar y al enfrentarme a la rutina respiré hondo
y dije: “Tengo la esperanza de que algún día todo esto termine y no tener que
estar madrugando para ir al trabajo.” Me
parece que esto es un sentimiento generalizado para todos los que tenemos que
levantarnos fielmente todos los días para ir al trabajo.
La rutina es
algo que nos va agotando y desgastando poco a poco y nos hace perder el enfoque
en lo que verdaderamente está sucediendo.
Haciendo un pequeño análisis llego a la conclusión de que muchas veces
lo que estamos viviendo hoy fue la esperanza que tuvimos ayer. Por ejemplo, primero anhelamos salir de la
escuela con la esperanza de entrar a la mejor universidad. Luego nuestra esperanza es graduarnos con un
título académico y encontrar un buen trabajo.
Luego deseamos crecer en el trabajo y tener un mejor ingreso para
comprarnos una buena casa, un buen carro, etc.
Y así seguimos momento a momento teniendo nuevas esperanzas que
satisfagan nuestros deseos.
La esperanza en
las cosas de este mundo nunca se conformará con la realidad corriente. Siempre queremos algo distinto a lo que
tenemos. Eso es el resultado de buscar
llenar nuestras vidas con cosas materiales y vanas y cuando nos damos cuenta de
que el vacío en nuestra vida no se ha llenado comenzamos a buscar otra “nueva
esperanza”. Queremos alcanzar la gloria,
tener propiedades, vivir en un estilo de vida alto, que nos admiren y podríamos
menospreciar al que no tiene lo que nosotros tenemos y aun envidiar a quien
tiene más. Al fin y al cabo todo se
traduce en que queremos vivir como queremos vivir dejando la opinión de Dios a
un lado. Y no veo nada malo en tener
aspiraciones en este mundo pero nuestra esperanza no puede estar sujeta a tales
aspiraciones. Debe trascender a una
esperanza que nos mantenga firmes, viviendo y con deseos de seguir luchando en
este mundo independientemente de los problemas que tengamos que enfrentar. No importa que la rutina nos esté agotando,
nuestra esperanza debe mantenernos con la frente en alto.
No podemos
estar seguros de lo que nos vaya a pasar mientras estemos en este mundo. Pero sí podemos saber que Jesús nos ofrece una
esperanza real y eternamente duradera. La
vida no es meramente esto que estamos viviendo, sino que trasciende al más
allá. Nos espera una vida eterna al lado
de nuestro Dios. Esa es nuestra
verdadera esperanza y no es una ilusión ni una expectativa que podamos tener;
es sujetarnos a las promesas que Dios nos ha hecho. Mientras
llega el día de nuestra redención, seguiremos luchando con la frente en alto
sin importar lo difícil que pueda resultarnos la vida en estos tiempos.
En Cristo
tenemos una nueva vida y una nueva esperanza.
El nos está preparando lugar para que todos estemos juntos con El como
la gran familia que somos. Como he dicho
anteriormente, ¿qué son 100 años comparados con una eternidad? El tiempo sigue pasando rápidamente sin
detenerse. Vale la pena
sacrificarse. La recompensa es grande para los que
creemos en Jesús y vivimos según su voluntad.
Vivamos a la
luz de Jesucristo y mantengamos la esperanza y la seguridad de que llegará el
momento en que tomaremos un vino nuevo junto a El.
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