La voluntad de Dios para nuestras vidas nunca es mala. Todo lo contrario, su intención es siempre bendecirnos. En última instancia, lo que El está buscando es que nos acerquemos a El para poder tener vida en abundancia y llevarnos, de paso, a una vida eterna en su presencia. Ese es el gran anhelo de Dios, que pasemos la eternidad en completa comunión con El.
Dios no detiene sus planes por el simple hecho de que nosotros le demos la espalda a El o decidamos hacer las cosas a nuestra manera. Cuando eso ocurre Dios modifica su plan de acción. Es ahí cuando entra en juego la misericordia de Dios. Puede parecernos injusta la forma en que Dios nos está moldeando a través de lo que pudiera ser una prueba. Aunque tengo que aclarar que hay ocasiones en que no son pruebas sino consecuencias de nuestras decisiones. Pero independientemente lo que sea, son situaciones dolorosas que nos ponen muchas veces a dudar de Dios. Sin embargo, terminan logrando su propósito: Que caigamos de rodillas ante El y le entreguemos nuestros problemas.
Una vez nos damos cuenta de que no podemos seguir luchando con nuestras fuerzas, debemos entregarle todo, literalmente, a Dios. Eso significa que tenemos que seguir llevando nuestra vida lo mejor que podamos, pero en lo que tenga que ver directamente con el problema dejar que Dios lo resuelva. Esto no es ser irresponsable, es ser sabio. Todos estamos propensos a cometer errores y Dios está muy consciente de eso. Por eso busca diferentes métodos para que permanezcamos junto a El. Tenemos que sacarnos de nuestra mente cualquier tipo de solución a nuestro problema porque esto va a causarnos mucha frustaración si vemos que Dios está tomando otro camino muy distinto al que esperábamos. Ya sabemos que nuestras soluciones nos han hundido más en la desesperación. Solo queda confiar ciegamente (por fe) en Dios.
Yo sé lo que es tener que dejar mis preocupaciones en manos de Dios. También entiendo el temor que uno siente de que la voluntad de Dios sea aún más dolorosa que el mismo problema. Pero al final de todo he podido ver que no hay nada que temer. Dios nos moldea y nos da su Espíritu Santo que nos derrama su paz que sobrepasa todo entendimiento humano. Es una paz muy real que se manifiesta de manera muy especial. Cuando tengo que enfrentar momentos difíciles recuerdo que no ha habido ningún evento que me haya dado lo suficientemente duro para no poder resistirlo con ayuda de Dios. Eso no quiere decir que no sufra nada, sino que puedo mantenerme en control porque Dios está conmigo.
No quiero terminar sin recordarles que esta vida es temporera. Cuando miramos la vida eterna que nos espera junto a Dios, nos llenamos de esperanza y podemos seguir caminando hacia esa meta. ¿Qué son 100 años de dolor al lado de una eternidad de vida junto a Jesús? Pero en lo que ese momento llega, necesitamos estar rodeados de hermanos y hermanas piadosos que nos ayuden a fortalecernos cuando nos sentimos débiles. Esa es una de las grandes bendiciones que tenemos cuando nos congregamos en una iglesia cristiana.
Seguimos en victoria, en Cristo Jesús.
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