Para propósitos de esta reflexión, un problema inminente es toda situación que por su naturaleza no podemos evitar. Cada uno de nosotros tenemos que enfrentar ese tipo de situaciones que puede ser muy particular. No quiero mencionar ningún ejemplo porque lo que para mí pudiera ser un problema inminente para otros pudiera evitarse. Lo que sí quiero es que piensen en alguna situación que estén enfrentando o estén a punto de enfrentar y entiendan que no pueden evitarla. A esa situación la vamos a llamar "monstruo". Ese gran monstruo que se acerca vertiginosamente para hacernos pedazos.
Tarde o temprano vamos a tener que enfrentar a ese monstruo. Ya sea que decidamos huir o enfrentar al monstruo, como es inminente su llegada, no queda de otra. Así que resultaría más sabio enfrentar el problema que huirle. Desde que identificamos al monstruo podemos ponernos en oración y pedirle a Dios que nos dé la fuerza y sabiduría para poder salir victoriosos. En ningún momento de nuestras vidas, Dios nos deja luchar solos ni solas. Siempre está presente. No es una cuestión de sentimientos, pues aunque haya ocasiones que no sintamos a Dios podemos tener la certeza de que no se ha ido de nuestro lado.
No obstante, en muchas ocasiones nos atemorizamos cuando vemos a ese gran monstruo acercándose y pudiera ser que también decidamos orar pero en esta ocasión para que Dios nos saque del problema. Esto trae una serie de complicaciones emocionales y espirituales. Ninguno de nosotros desea atravesar situaciones difíciles. Si algo he aprendido es que se siente más frustración tratando de escapar de un problema inminente que enfrentándolo de una vez. La verdad es que cuando estamos dentro del problema podemos experimentar la paz de Dios; pero cuando huímos lo que experimentamos es ese sentimiento de miedo que no viene para nada de Dios. Y es que resulta que mientras más huímos de nuestra realidad, más nos apartamos de la voluntad de Dios y las consecuencias de esto no son muy buenas. Ciertamente hay problemas que pueden evitarse pero no son los que estamos hablando en esta reflexión.
El hecho de huirle a los problemas resulta siempre en algo negativo. Veamos las etapas que experimentamos cuando decidimos huir.
- El diablo siempre va a tratar de llenarnos de miedo, por lo que va a lograr que nos paralicemos y no podamos ver el problema de manera objetiva. Todo monstruo tiene un punto débil pero el miedo no nos permite identificarlo.
- Nuestras fuerzas se enfocarán en buscar la manera de evitar lo inevitable por lo que experimentaremos cansancio físico y espiritual.
- Comenzamos a pedirle a Dios desesperadamente que no permita que el monstruo llegue y tratamos de manipular a Dios haciendo uso de la fe y diciendo que "el monstruo ya se fue" sin aún haber llegado. Deseo hacer un paréntesis en este punto y aclarar el hecho de que tener fe no significa que Dios tiene la obligación de cambiar los planes que ya tiene en nuestra vida. Si es necesario que enfrentemos al monstruo lo vamos a enfrentar aun cuando tengamos fe. La fe no es un instrumento de manipulación, pero eso ya es otro tema.
- Cuando el monstruo está a punto de llegar entramos en una etapa de ansiedad y depresión y la fe se debilita a tal grado que comenzamos a ver a Dios como un titiritero que quiere por alguna razón meternos en problemas.
- Cuando al fin el problema llega ya no tenemos fuerzas y nos sentimos totalmente frustrados. Recibimos todo el impacto del monstruo pero ya estamos en un estado de tanta debilidad que nos caemos fácilmente.
- Nos sentimos decepcionados de Dios porque aun teniendo poder para librarnos no hizo nada. Posiblemente comenzamos a tirar cosas y a desafiar a Dios. Nos olvidamos que tenemos un monstruo que vencer y nos enfocamos en hacernos las víctimas y culpar a Dios de todos nuestros problemas.
- Cuando nos damos cuenta que no podemos luchar contra Dios nos resignamos. Le decimos que haga lo que quiera. Aquí la actitud es una de rencor a Dios (por decirlo así). Volvemos a sentir que no somos más que muñecos y que Dios se goza de nuestras desgracias.
- El monstruo ya se ha ido. Nos levantamos y nos damos cuenta de que sobrevivimos. El monstruo rugió y nos asustó pero no acabó con nosotros. Es ahí cuando nos damos cuenta de que Dios sí tuvo cuidado de nosotros.
- Entramos en la etapa de arrepentimiento y le pedimos a Dios perdón por no haber confiado en El pero haciendo la siguiente declaración: "Si hubiera sabido que iba a salir victorioso hubiera enfrentado al monstruo desde un principio. Pero es que Dios no me dijo."
- Cuando viene el próximo monstruo nos olvidamos de la experiencia previa del poder de Dios y repetimos nuevamente los pasos anteriores asegurándo que "este problema es más grande que todos los anteriores. Este sí me va a destruir."
Es por eso que perdemos tantas fuerzas y nos frustramos cada vez que decidimos huir de un problema. Jesús experimentó la llegada de ese monstruo (la muerte en la cruz). Aun cuando Jesús no quería morir se levantó, enfrentó al monstruo y triunfó. Dios le dio paz y lo fortaleció. Esa misma paz y fortaleza están a nuestra disposición. Tenemos que tener fe, pero una fe que declare que Dios está obrando en medio de nuestra crisis. No una fe que niegue la realidad del problema sino que reconozca que Dios es más grande que cualquier monstruo.
Si estás experimentando una situación que parezca que no tiene solución, recuerda que Dios siempre te ha ayudado y esta no será la excepción. Si no asistes a ninguna iglesia tal vez sea hora de que lo vayas considerando. Demuestra tu fe separando tiempo para Dios. No te sientas solo ni sola. Constantemente estoy enfrentando monstruos pero Dios no deja de sorprenderme. Los monstruos gritan y asustan. Si corres se te van detrás pero cuando los miras fijamente son ellos los que huyen.
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