Luego de la caída del ser humano, la comunión perfecta con Dios se perdió. Dios tuvo que echar fuera del paraíso a Adán y a Eva y tuvieron que enfrentar todas las consecuencias. Sin embargo, a lo largo de toda la Escritura podemos ver cómo Dios sigue buscando restablecer la comunión con las personas, con nosotros. Había un plan preparado para volver a traer de vuelta al ser humano. Tan es así que Jesús fue enviado para reconciliarnos con Dios dando su propia vida y echando sobre El el pecado que debimos haber pagado nosotros. De más está decir que lo logró exitosamente.
Ahora nos encontramos en un período de transición. Jesús nos reconcilió con el Padre y ahora nosotros tenemos la responsabilidad de llevar la buena noticia y traer a más personas a los pies de Jesús. Es por eso que vemos tantas personas comprometidas dejando atrás sus intereses personales y dedicando su vida al Evangelio. Su misión especial es impactar la vida de las personas informándoles de las nuevas noticias de la salvación. Se espera que de igual forma nosotros impactemos la vida de otros. Vemos tantos misioneros que dejan sus comodidades. Se nos hace difícil imaginarnos haciendo lo mismo porque aún no hemos internalizado hacia dónde vamos luego de esta vida.
Aunque no somos de este mundo, aquí vivimos y tenemos que aprender a vivir adecuadamente. Dedicar nuestra vida a Dios no significa que estaremos enajenados de todo lo que el mundo puede ofrecer. El Espíritu Santo nos capacita para que discernamos lo que podemos hacer y lo que no debemos hacer. A través de nuestro testimonio podemos impactar vidas aun cuando estemos envuelto en alguna actividad secular. El asunto es que debemos tener cuidado de que el mundo no nos entretenga.
Ese entretenimiento no es lo que hacemos para distraer nuestras mentes en ciertos momentos. Me refiero a todo aquello que nos puede acaparar y entretener de tal forma que los asuntos de Dios no tienen lugar en nuestras vidas. Ejemplos: a) Alguien que invierte más tiempo en el trabajo que en la familia con la excusa de que es por ellos que trabaja tanto; b) personas que comparten demasiado con la amistades que nos quitan el tiempo para ir a la iglesia; c) personas que van a la iglesia con el único propósito de hacer relaciones públicas; d) cuando sustituímos el tiempo que debemos dedicarle a Dios en otras cosas y no vemos nada malo en ello, etc.
Hay que tener nuestras prioridades en orden. ¿Es posible poder mirar a Dios y renunciar a nuestros intereses personales? ¿Tiene eso sentido? ¿Es la vida tan corta que tenemos que aprovechar el tiempo al máximo? ¿En verdad podemos disfrutar aquí en la Tierra? Todas esas preguntas tienen respuestas afirmativas pero para poder hacer eso tenemos que tener claro que estamos en un período en que nuestra responsabilidad es ser instrumento de Dios para traer almas a Cristo. Fuimos salvados por El y no podemos quedarnos con la salvación para nosotros solamente. Hay que compartirla. Nuestro comportamiento natural cuando recibimos una buena noticia es compartirla con alguien. Si no hemos dado el paso de compartir lo que Dios ha hecho con nosotros, tal vez sea que aún no comprendemos el resultado glorioso de la muerte y resurreción de Jesús.
Tal vez has pensado que perderíamos el tiempo si dedicamos toda nuestra vida a Dios. Piensas en todos los sacrificios que tendríamos que hacer y que llegaremos a viejos y viejas sin haber disfrutado y aprovechado todo lo bueno que hay en la Tierra. Humanamente es normal pensar así. Todo este dilema se soluciona cuando tenemos claro hacia dónde vamos.
En la tercera y última parte de esta serie analizamos lo que nos espera más allá de esta vida.
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